sábado, 7 de marzo de 2015

"¿POR QUÉ DEPOSITAR ESPERANZAS DE CAMBIO EN EL E$TADO?"



Reflexiones feministas a propósito de la ley de aborto
X Paula Santana
La lucha por el reconocimiento legal del aborto se remonta en Chile a los tiempos de los Centros Belén de Sárraga, del MEMCH, entre otras organizaciones feministas de comienzos del siglo XX, cuando junto al movimiento sufragista, las feministas de posturas socialistas y anarquistas exigían mejores condiciones de vida para las mujeres trabajadoras de comienzos de la era industrial, que soportaban extremas condiciones de explotación y, producto de ello, morían frecuentemente por problemas reproductivos. El aborto era, en la práctica, una forma de evitar el embarazo y espaciar los nacimientos en ausencia de métodos para regular la fertilidad; y la muerte por aborto era la más alta entre las causas maternas[1]. Entonces, la reivindicación de las feministas era el aborto legal, lo que aunado a las razones de salud pública, se materializó en la incorporación del aborto terapéutico en el código sanitario en 1931. Pasaron las décadas durante las cuales el aborto sobrevivió como prestación de salud gracias a la visión salubrista de algunas/os médicas/os y a los vacíos legales, hasta que en 1989 uno de los broches de oro de la dictadura fue derogar el aborto del código sanitario, en abierta colusión con el poder eclesiástico de la iglesia católica. Fue así que, por casi cincuenta años, el movimiento de mujeres y feminista no se volcó a las calles para exigir reconocimiento o flexibilización legal del aborto. 


Es desde comienzos de los 90 que el aborto comienza a ocupar un lugar importante en el trabajo político de distintos sectores del feminismo mediante diversas estrategias, pero yo destacaría tres: la vía legal, que incluyó desde la demanda de reposición del aborto terapéutico, la presentación de proyectos de ley, no solo de aborto sino también uno integral, como la Ley Marco de Derechos Sexuales y Reproductivos (año 2000), y el apoyo a más de 10 proyectos de ley favorables a la regulación legal del aborto; la vía de la sensibilización, información, promoción, con un sinnúmero de acciones dirigidas a la sociedad en general y en particular a las mujeres; la vía de la autoconciencia política de las mujeres, trabajo que viene de la década de los ‘80, traducido en el desarrollo de múltiples espacios de trabajo colectivo, escuelas, talleres, grupos de reflexión, etc., donde las mujeres reconocían las huellas de la opresión en sus cuerpos, pasando por el aborto. Es en estos espacios donde el feminismo hace un trabajo político clave, porque, en él, las mujeres reconocen al aborto como parte de la memoria histórica de las mujeres, como experiencia común de opresión y como núcleo de la minusvalía social del ser mujer.

Surgen también, tímidamente en los ‘90 y con más fuerza en la década del 2000, iniciativas feministas cuyo propósito era apoyar el aborto autónomo, sorteando los riesgos legales y los obstáculos para la atención en los establecimientos de salud. De estas, destaca la línea telefónica de información sobre aborto seguro Línea Aborto Chile[2], cuyo primer impulso lo recibió de la organización feminista Women on Waves (WoW), replicándose en varios de nuestros países: Ecuador, Chile, Argentina, Perú, Venezuela, entre otros. Estas acciones se valen de la masificación del uso del misoprostol, haciendo posible que el aborto se realice en casa, acompañada y protegida, a la vez que permite la socialización del conocimiento técnico fuera de las fronteras médicas, al ser mujeres no formadas en la biomedicina las que aprenden y manejan la información. Al mismo tiempo, muchos grupos de feministas agrupadas por afinidad política y/o afectiva se han organizado para facilitar el acceso de las mujeres al aborto, creando modelos de redes y de atención, basados en principios feministas.
La vía legal impulsada por ciertos sectores del feminismo de muchos países occidentales parece una historia de nunca acabar. En los países donde el aborto despenaliza algunas causas o donde es legal en forma amplia, se presentan otros problemas que confirman la idea de que esta estrategia no es suficiente: Recurrentes debates y confrontaciones con los sectores conservadores; ataques de estos a las mujeres que acuden a los establecimientos donde se realiza aborto legal; negativa de los/as médicos/as a atender bajo el subterfugio de la objeción de conciencia; continuos intentos de generar retrocesos legislativos; perpetuación de una atención castigadora aún en países donde el aborto es legal, entre otros obstáculos que mantienen a las feministas en alerta permanente, defendiendo migajas y conformándose con “pequeños avances”.
Por otro lado, volcarse casi por entero a conseguir un cambio a nivel legislativo en aborto, perpetúa la expropiación de los saberes, prácticas y conocimientos de las mujeres sobre sus cuerpos, a favor de la institucionalidad médica. El genocidio de cientos de miles de mujeres acusadas de brujas en los siglos XVI-XVII y la continua desacreditación de las parteras, comadronas, curanderas, hasta casi borrarlas de la memoria, apuntaron a ello. El aborto, para nuestras ancestras, abuelas, madres, era parte del ciclo de la vida, donde el nacimiento y la muerte son parte del mismo proceso.

Hoy en Chile, en el 2015, siglo XXI, se vuelven a movilizar casi todos los sectores de feministas al son de un proyecto de ley mezquino. Las razones son variadas: hay que aprovechar el “momento político” para que se escuche la voz de las feministas por un aborto sin apellido o con todos los apellidos: libre, gratuito, seguro, legal; que es mejor que nada y que va a terminar con el sufrimiento de algunas mujeres (las que tienen un embarazo de alto riesgo o de embarazo inviable, las que tienen un embarazo producto de una violación). Las razones parecen legítimas. Pero este “pequeño avance” va a suceder sí o sí, estemos las feministas o no, porque un país como Chile, que se presenta ante el mundo como desarrollado y que se esmera por cumplir con los estándares internacionales de la OCDE, TIENE que hacerlo.

El proyecto de ley que hoy se discute -y casi todos los anteriores que se han presentado al parlamento- es violencia institucional hacia las mujeres. No es otra cosa. Este proyecto no tiene nada que ver con los derechos de las mujeres ni siquiera con el derecho a la salud, porque en el fondo lo que se pretende es respaldar y proteger la labor médica y, por otro lado, es profundamente discriminatorio, ya que permite a algunas mujeres y no a todas acceder a una prestación de salud cuya atención debiera ser universal así como los nacimientos. La violencia hacia las mujeres la ejerce el estado y sus instituciones al someterlas a una autoridad externa, descalificándolas para decidir por sí mismas y al victimizarlas, situándolas en el único lugar simbólico en el que se les permite contrariar el rol social asignado de la maternidad. Por supuesto, nada tiene que ver con lo que perseguimos las feministas.

Conviene aquí refrescar la memoria y repensar nuestros motivos como feministas para que el aborto haya sido histórico puntal de nuestras luchas y que lo siga siendo. Conviene también replantearse las estrategias. Podríamos decir que el reconocimiento social del aborto como derecho de las mujeres implica el reconocimiento de nuestra categoría de sujetas plenas, capaces de tomar decisiones autónomas, responsables socialmente y en conciencia. Pero este planteamiento, aunque válido para muchas, acusa una perspectiva universalista, colonizadora y heterosexual que no se sostiene ya a estas alturas. La lucha por el aborto nos ha atrapado en el modelo de sexualidad hegemónico, en palabras de Andrea Franulic “dejar el aborto como bandera de lucha es funcionalizarlo a una sexualidad falocéntrica, a una sexualidad con criterios de reproducción. Y estamos validando eso como sexualidad posible”[3]. El acceso a un aborto legal garantizado por el estado puede, efectivamente, evitar que sean las mujeres con menos recursos las que mueran o enfermen por esta causa, sin embargo, ello no es sinónimo de reconocimiento de las mujeres como sujetas plenas y autónomas (la maternidad impuesta y la explotación del cuerpo y sexualidad de las mujeres se seguirá expresando en otros ámbitos).  Y qué pasa con las mujeres que tienen otras comovisiones? Al menos habría que saber que piensan. No podemos seguir hablando de un aborto universal, como si para todas las mujeres tuviera el mismo sentido y lo viviéramos de la misma manera, independiente de nuestras singulares condiciones de vida, opresión y posibilidades de emancipación.

El feminismo nace y crece como pensamiento y práctica revolucionaria, profundamente transgresora y en permanente cambio. Es un movimiento social, cultural y político de las mujeres sin precedentes, porque se propone subvertir el orden patriarcal, lo que nos obliga a inventarnos en un mundo donde históricamente y simbólicamente hemos sido borradas, a defendernos y proveernos de lo que necesitamos en forma autónoma, a sospechar de todas las estructuras y relaciones que vienen moldeadas… ¿Por qué, entonces, se insiste en depositar esperanzas de cambio (profundo) en instituciones absolutamente patriarcales como el estado? ¿Por qué insistir en la vía legal cuando sobradamente la historia nos ha enseñado que no tiene destino? ¿Por qué agotar las energías en el apoyo a políticas que fragmentan nuestros cuerpos y nuestras vidas?
El estado y su lógica reformista nos empujan a desgastarnos por pequeños trozos de nuestras vidas, enajenados unos de otros. Para nosotras el aborto no es en sí mismo lo importante, sino lo que conlleva: todo nuestro ser. Que es diferente al ser hombre. Para nosotras, el aborto está ligado estrechamente con nuestra sexualidad, con nuestros cuerpos, con nuestro trabajo, en definitiva, con nuestra existencia; no son cosas separadas. Por eso, no tiene sentido luchar por el aborto si no lo hacemos con la misma fuerza contra la socialización de una sexualidad castradora y alienada; de la maternidad obligatoria para las mujeres; contra la imposición del modelo de pareja y de familia heterosexual, monógama, reproductiva; contra formas de explotación de mujeres por mujeres; entre otros mecanismos neurálgicos de dominación masculina. El imaginario romántico del estado paternalista no sirve a las mujeres, pues la emancipación de la mitad de la humanidad requiere más que convenciones apaciguadoras que se fraguan entre los grupos de poder.  
Es hora ya que las feministas nos reencontremos con nuestra historia y con los valores que nos definen. En el plano del poder, no solo cuestionamos los modos de hacer política institucionalizada en los partidos políticos, sindicatos y toda estructura organizativa jerárquica, sino que hemos construido nuevas formas de confabular juntas, esforzándonos por construir relaciones horizontales y no disociadas entre lo personal/íntimo/privado y lo público/político. Es hora que nos reencontremos con la autonomía, núcleo político del feminismo. La fuerza de transformación no está en las estructuras del estado, está en nosotras como movimiento político. La interlocución con las estructuras patriarcales debe sostenerse en un poder construido entre las mujeres. El aborto, como lucha emblemática feminista, no es una reivindicación aislada que se puede cumplir en el sistema social en el que vivimos sino que se inserta en el tipo de sociedad a la que aspiramos.

Paula Santana Nazarit
México, 3 de marzo de 2015.


[1] Maira, G; Santana, P; Molina, S. Violencia sexual y aborto: conexiones necesarias (2008). Red Chilena Contra la Violencia hacia las Mujeres. 
[2] De esta primera iniciativa se derivaron la Línea de Aborto Libre y la Línea Aborto Chile, ambas de colectivas lesbo feministas.
[3] Conversatorio “Aborto libre: Nosotras parimos, nosotras decidimos”. USACH, Santiago 13 de junio 2014.