Reflexiones feministas a propósito de la
ley de aborto
X Paula Santana
La lucha por el reconocimiento legal del
aborto se remonta en Chile a los tiempos de los Centros Belén de Sárraga, del
MEMCH, entre otras organizaciones feministas de comienzos del siglo XX, cuando
junto al movimiento sufragista, las feministas de posturas socialistas y
anarquistas exigían mejores condiciones de vida para las mujeres trabajadoras
de comienzos de la era industrial, que soportaban extremas condiciones de
explotación y, producto de ello, morían frecuentemente por problemas
reproductivos. El aborto era, en la práctica, una forma de evitar el embarazo y
espaciar los nacimientos en ausencia de métodos para regular la fertilidad; y
la muerte por aborto era la más alta entre las causas maternas[1].
Entonces, la reivindicación de las feministas era el aborto legal, lo que
aunado a las razones de salud pública, se materializó en la incorporación del
aborto terapéutico en el código sanitario en 1931. Pasaron las décadas durante
las cuales el aborto sobrevivió como prestación de salud gracias a la visión
salubrista de algunas/os médicas/os y a los vacíos legales, hasta que en 1989
uno de los broches de oro de la dictadura fue derogar el aborto del código
sanitario, en abierta colusión con el poder eclesiástico de la iglesia
católica. Fue así que, por casi cincuenta años, el movimiento de mujeres y
feminista no se volcó a las calles para exigir reconocimiento o flexibilización
legal del aborto.
Es desde comienzos de los 90 que el aborto
comienza a ocupar un lugar importante en el trabajo político de distintos
sectores del feminismo mediante diversas estrategias, pero yo destacaría tres: la
vía legal, que incluyó desde la demanda de reposición del aborto terapéutico, la
presentación de proyectos de ley, no solo de aborto sino también uno integral,
como la Ley Marco de Derechos Sexuales y Reproductivos (año 2000), y el apoyo a
más de 10 proyectos de ley favorables a la regulación legal del aborto; la vía
de la sensibilización, información, promoción, con un sinnúmero de acciones
dirigidas a la sociedad en general y en particular a las mujeres; la vía de la
autoconciencia política de las mujeres, trabajo que viene de la década de los ‘80,
traducido en el desarrollo de múltiples espacios de trabajo colectivo,
escuelas, talleres, grupos de reflexión, etc., donde las mujeres reconocían las
huellas de la opresión en sus cuerpos, pasando por el aborto. Es en estos
espacios donde el feminismo hace un trabajo político clave, porque, en él, las
mujeres reconocen al aborto como parte de la memoria histórica de las mujeres, como
experiencia común de opresión y como núcleo de la minusvalía social del ser
mujer.
Surgen también, tímidamente en los ‘90 y
con más fuerza en la década del 2000, iniciativas feministas cuyo propósito era
apoyar el aborto autónomo, sorteando los riesgos legales y los obstáculos para
la atención en los establecimientos de salud. De estas, destaca la línea
telefónica de información sobre aborto seguro Línea Aborto Chile[2],
cuyo primer impulso lo recibió de la organización feminista Women on Waves
(WoW), replicándose en varios de nuestros países: Ecuador, Chile, Argentina, Perú,
Venezuela, entre otros. Estas acciones se valen de la masificación del uso del
misoprostol, haciendo posible que el aborto se realice en casa, acompañada y
protegida, a la vez que permite la socialización del conocimiento técnico fuera
de las fronteras médicas, al ser mujeres no formadas en la biomedicina las que
aprenden y manejan la información. Al mismo tiempo, muchos grupos de feministas
agrupadas por afinidad política y/o afectiva se han organizado para facilitar
el acceso de las mujeres al aborto, creando modelos de redes y de atención,
basados en principios feministas.
La vía legal impulsada por ciertos sectores
del feminismo de muchos países occidentales parece una historia de nunca
acabar. En los países donde el aborto despenaliza algunas causas o donde es
legal en forma amplia, se presentan otros problemas que confirman la idea de
que esta estrategia no es suficiente: Recurrentes debates y confrontaciones con
los sectores conservadores; ataques de estos a las mujeres que acuden a los
establecimientos donde se realiza aborto legal; negativa de los/as médicos/as a
atender bajo el subterfugio de la objeción de conciencia; continuos intentos de
generar retrocesos legislativos; perpetuación de una atención castigadora aún
en países donde el aborto es legal, entre otros obstáculos que mantienen a las
feministas en alerta permanente, defendiendo migajas y conformándose con “pequeños
avances”.
Por otro lado, volcarse casi por entero a
conseguir un cambio a nivel legislativo en aborto, perpetúa la expropiación de
los saberes, prácticas y conocimientos de las mujeres sobre sus cuerpos, a
favor de la institucionalidad médica. El genocidio de cientos de miles de
mujeres acusadas de brujas en los siglos XVI-XVII y la continua desacreditación
de las parteras, comadronas, curanderas, hasta casi borrarlas de la memoria, apuntaron
a ello. El aborto, para nuestras ancestras, abuelas, madres, era parte del
ciclo de la vida, donde el nacimiento y la muerte son parte del mismo proceso.
Hoy en Chile, en el 2015, siglo XXI, se
vuelven a movilizar casi todos los sectores de feministas al son de un proyecto
de ley mezquino. Las razones son variadas: hay que aprovechar el “momento
político” para que se escuche la voz de las feministas por un aborto sin
apellido o con todos los apellidos: libre, gratuito, seguro, legal; que es
mejor que nada y que va a terminar con el sufrimiento de algunas mujeres (las
que tienen un embarazo de alto riesgo o de embarazo inviable, las que tienen un
embarazo producto de una violación). Las razones parecen legítimas. Pero este
“pequeño avance” va a suceder sí o sí, estemos las feministas o no, porque un
país como Chile, que se presenta ante el mundo como desarrollado y que se
esmera por cumplir con los estándares internacionales de la OCDE, TIENE que
hacerlo.
El proyecto de ley que hoy se discute -y
casi todos los anteriores que se han presentado al parlamento- es violencia
institucional hacia las mujeres. No es otra cosa. Este proyecto no tiene nada
que ver con los derechos de las mujeres ni siquiera con el derecho a la salud,
porque en el fondo lo que se pretende es respaldar y proteger la labor médica y,
por otro lado, es profundamente discriminatorio, ya que permite a algunas
mujeres y no a todas acceder a una prestación de salud cuya atención debiera
ser universal así como los nacimientos. La violencia hacia las mujeres la
ejerce el estado y sus instituciones al someterlas a una autoridad externa,
descalificándolas para decidir por sí mismas y al victimizarlas, situándolas en
el único lugar simbólico en el que se les permite contrariar el rol social
asignado de la maternidad. Por supuesto, nada tiene que ver con lo que
perseguimos las feministas.
Conviene aquí refrescar la memoria y
repensar nuestros motivos como feministas para que el aborto haya sido
histórico puntal de nuestras luchas y que lo siga siendo. Conviene también
replantearse las estrategias. Podríamos decir que el reconocimiento social del
aborto como derecho de las mujeres implica el reconocimiento de nuestra
categoría de sujetas plenas, capaces de tomar decisiones autónomas,
responsables socialmente y en conciencia. Pero este planteamiento, aunque
válido para muchas, acusa una perspectiva universalista, colonizadora y
heterosexual que no se sostiene ya a estas alturas. La lucha por el aborto nos
ha atrapado en el modelo de sexualidad hegemónico, en palabras de Andrea
Franulic “dejar el aborto como bandera de lucha es funcionalizarlo a una
sexualidad falocéntrica, a una sexualidad con criterios de reproducción. Y
estamos validando eso como sexualidad posible”[3].
El acceso a un aborto legal garantizado por el estado puede, efectivamente, evitar
que sean las mujeres con menos recursos las que mueran o enfermen por esta
causa, sin embargo, ello no es sinónimo de reconocimiento de las mujeres como
sujetas plenas y autónomas (la maternidad impuesta y la explotación del cuerpo
y sexualidad de las mujeres se seguirá expresando en otros ámbitos). Y qué pasa con las mujeres que tienen otras
comovisiones? Al menos habría que saber que piensan. No podemos seguir hablando
de un aborto universal, como si para todas las mujeres tuviera el mismo sentido
y lo viviéramos de la misma manera, independiente de nuestras singulares
condiciones de vida, opresión y posibilidades de emancipación.
El feminismo nace y crece como pensamiento
y práctica revolucionaria, profundamente transgresora y en permanente cambio. Es
un movimiento social, cultural y político de las mujeres sin precedentes,
porque se propone subvertir el orden patriarcal, lo que nos obliga a
inventarnos en un mundo donde históricamente y simbólicamente hemos sido
borradas, a defendernos y proveernos de lo que necesitamos en forma autónoma, a
sospechar de todas las estructuras y relaciones que vienen moldeadas… ¿Por qué,
entonces, se insiste en depositar esperanzas de cambio (profundo) en
instituciones absolutamente patriarcales como el estado? ¿Por qué insistir en
la vía legal cuando sobradamente la historia nos ha enseñado que no tiene
destino? ¿Por qué agotar las energías en el apoyo a políticas que fragmentan
nuestros cuerpos y nuestras vidas?
El estado y su lógica reformista nos empujan
a desgastarnos por pequeños trozos de nuestras vidas, enajenados unos de otros.
Para nosotras el aborto no es en sí mismo lo importante, sino lo que conlleva:
todo nuestro ser. Que es diferente al ser hombre. Para nosotras, el aborto está
ligado estrechamente con nuestra sexualidad, con nuestros cuerpos, con nuestro
trabajo, en definitiva, con nuestra existencia; no son cosas separadas. Por
eso, no tiene sentido luchar por el aborto si no lo hacemos con la misma fuerza
contra la socialización de una sexualidad castradora y alienada; de la
maternidad obligatoria para las mujeres; contra la imposición del modelo de
pareja y de familia heterosexual, monógama, reproductiva; contra formas de
explotación de mujeres por mujeres; entre otros mecanismos neurálgicos de
dominación masculina. El imaginario romántico del estado paternalista no sirve
a las mujeres, pues la emancipación de la mitad de la humanidad requiere más
que convenciones apaciguadoras que se fraguan entre los grupos de poder.
Es hora ya que las feministas nos reencontremos
con nuestra historia y con los valores que nos definen. En el plano del poder,
no solo cuestionamos los modos de hacer política institucionalizada en los
partidos políticos, sindicatos y toda estructura organizativa jerárquica, sino
que hemos construido nuevas formas de confabular juntas, esforzándonos por
construir relaciones horizontales y no disociadas entre lo personal/íntimo/privado
y lo público/político. Es hora que nos reencontremos con la autonomía, núcleo
político del feminismo. La fuerza de transformación no está en las estructuras
del estado, está en nosotras como movimiento político. La interlocución con las
estructuras patriarcales debe sostenerse en un poder construido entre las
mujeres. El aborto, como lucha emblemática feminista, no es una reivindicación
aislada que se puede cumplir en el sistema social en el que vivimos sino que se
inserta en el tipo de sociedad a la que aspiramos.
Paula Santana Nazarit
México, 3 de marzo de 2015.
[1] Maira, G;
Santana, P; Molina, S. Violencia sexual y aborto: conexiones necesarias (2008).
Red Chilena Contra la Violencia hacia las Mujeres.
[2] De esta primera
iniciativa se derivaron la Línea de Aborto Libre y la Línea Aborto Chile, ambas
de colectivas lesbo feministas.
[3] Conversatorio “Aborto
libre: Nosotras parimos, nosotras decidimos”. USACH, Santiago 13 de junio 2014.
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