sábado, 19 de septiembre de 2015

SOMOS CHILENAS VIVIENDO EN PAÍSES QUE RECONOCEN EL ABORTO

Criminalización del aborto en Chile, un legado de la dictadura
Por el derecho a decidir, también en Chile
X Hysteria México 2015
Muchas mujeres chilenas vivimos en países donde se garantizan los derechos sexuales y reproductivos. Mientras nosotras estamos aquí -en Barcelona, España-, formamos parte del 61% de la población mundial que tiene acceso al aborto a petición de la mujer, durante ciertos plazos y por diversas razones sociales, de salud o económicas. Dado que el derecho a decidir está garantizado legalmente, hemos podido conocer a mujeres que por distintos motivos han decido interrumpir sus embarazos.
A diferencia de lo que ocurre en Chile, ellas lo hicieron con la tranquilidad de que su decisión no constituía un delito, no sería sancionada moralmente ni tendría repercusiones para su salud. Las mujeres chilenas que vivimos aquí también hemos experimentado la tranquilidad de abortar legalmente. Aquí, abortar es una opción personal, es un derecho garantizado por el Estado y, por tanto, respetado socialmente.

Somos chilenas, pero tenemos más derechos que nuestras compatriotas porque vivimos en lugares donde las mujeres podemos decidir interrumpir un embarazo legalmente y con garantías sanitarias, sin temor a ser perseguidas, juzgadas ni -mucho menos- ir a la cárcel por ello. En Francia, España y Alemania se puede decidir libremente interrumpir la gestación hasta la semana 14 y en Portugal hasta la semana 10.

En casos de enfermedades graves de la mujer, malformaciones fetales severas, incurables o incompatibles con la vida, no se establecen límites para abortar. Pero esto no es exclusivo de los países europeos. En varios países de Latinoamérica las mujeres pueden interrumpir legalmente un embarazo no deseado: en Uruguay, por ejemplo, hasta la semana 12 o hasta la 14 en casos de violación o sin plazo, en aquellas situaciones de riesgo para la salud de la mujer o inviabilidad fetal. El plazo de 12 semanas es también reconocido en el Distrito Federal de México, mientras que en Cuba es de 10 semanas.
Por eso nos indigna cada de vez que nos enteramos a través de la prensa de casos de niñas chilenas embarazadas (y de hecho, violadas, a menudo por hombres cercanos a su entorno) que son obligadas a continuar con sus embarazos. Cuando en alguna conversación explicamos que Chile es uno de los pocos países del mundo que penaliza el aborto sin ninguna excepción, muchas personas se sorprenden y extrañan.
Para la opinión internacional somos un país que ha logrado importantes avances en materia de igualdad de género. Basta mencionar que somos uno de los pocos países en el mundo que ha tenido una presidenta, reelecta, y además la primera en ejercer como Directora de ONU Mujer. Por eso no pueden creer que Chile, el país que se levantó tras la dictadura, que luchó por los derechos humanos y que prometió no volver a repetir esa historia, sea incapaz de reconocer los derechos humanos de las mujeres, aceptando el legado de la dictadura por más de 20 años. Porque la penalización total del aborto es un legado de la dictadura.
Desde 1931 el aborto terapéutico era legal en Chile. Fue en 1989, en los últimos meses del Gobierno de Pinochet, y siguiendo los dictados de la jerarquía católica, cuando la junta militar modificó la ley y criminalizó sin excepción la interrupción del embarazo. Y terminó la dictadura, dejando los derechos reproductivos de las mujeres chilenas hipotecados, como una de las monedas de cambio.
Todas sabemos que el aborto clandestino es una realidad en Chile. Pero esa clandestinidad no nos afecta a todas por igual. Las que viven en condiciones de pobreza quedan expuestas al riesgo de un procedimiento médico inadecuado y además, en caso de complicaciones, deben acudir a centros de salud públicos que a menudo las denuncian, y son así el primer paso de la persecución penal (Universidad Diego Portales, Informe Anual sobre Derechos Humanos en Chile, 2013). En cambio, las mujeres que vivimos en otros países, o las que cuentan con recursos económicos suficientes, pueden acceder a abortos más seguros en clínicas privadas o viajar al extranjero para interrumpir sus embarazos legalmente. En Chile, la prohibición total del aborto sólo acentúa las desigualdades de clase.
Sin embargo, el temor a la sanción penal y social hace que todas, ricas y pobres, deban permanecer en silencio, o contar sus experiencias sólo en sus círculos cercanos. El temor y el estigma marca sus experiencias, a diferencia de aquellas que podemos interrumpir un embarazo en condiciones de legitimidad política, social y sanitaria. Las mujeres que abortan legalmente muestran una relación de bienestar con ellas mismas y con sus decisiones, son mujeres comprometidas con sus maternidades, son mujeres más tranquilas.
Aspiramos a que las maternidades sean deseadas y disfrutadas. Aspiramos a que ese estigma desaparezca de las mujeres y que, por el contrario, sea el Estado de Chile el que sienta vergüenza de mantener una legislación heredada de la dictadura y que viola los derechos fundamentales de las mujeres. Nosotras, y muchas otras mujeres, estamos comprometidas en conseguirlo, porque aspiramos a que todas las mujeres en Chile tengan los mismos derechos con los que contamos nosotras, en estos momentos.

Verónica Boero Chancy, Carmen Cares Mardones, Beatriz Cantero Riveros, Paola Contreras Hernández, Lucía Egaña Rojas, Lorena Garrido Jiménez, Judith Muñoz Saavedra, Patsilí Toledo Vásquez y Macarena Trujillo Cristoffani (Barcelona, España)

Por el derecho a decidir, también en Chile. Somos chilenas viviendo en países que reconocen los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres y queremos que se garanticen también en Chile.

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Fuente: Hysteria México 2015

INTERSEXUALIDAD, UN ABORTO CASERO, UN AMANTE CLANDESTINO

Aborto
X Mirna Roldán
Hace exactamente diez años sucedió un acontecimiento que dio un giro radical en mi vida. Mi primera vez abortando. Recuerdo que llevaba un año de vida sexual apenas. Me encantaba jugar con hacer prácticas mis clases de Educación para la Salud de la preparatoria. Cómo usar condón, comenzar a tomar la píldora anticonceptiva, los parches, inyecciones y demás drogas para evitar quedar embarazada.

En ese momento me empoderaba muchísimo la idea de sentir el orgasmo que tanto me prohibía experimentar. El padre biológico diciéndome “Está prohibido tener novio, cuando traigas a alguien a la casa es para casarte”. Como siempre me ha gustado romper con la norma de ciertas figuras de autoridad, me dediqué a la tarea de buscarme un novio e invitarlo a un hotel de paso.

Cuando el acompañante en cuestión y yo entramos por la puerta del hotel ubicado en la colonia Doctores, comencé a sentir muchas emociones encontradas. Primero muchos nervios porque no sabía cómo eran esos lugares. Me pareció un negocio destinado a lxs amantes secretos, impregnado de un olor a perfume de flores penetrante (desodorante para pisos fuertísimo). El cajero detrás de una cabina de cristal nos cobró la habitación y me pasó por la ventanilla con superficie de metal un condón. Si hubiera sabido que ese contenedor de latex se rompería no lo hubiera usado.

Prefiero no entrar en detalles sobre la práctica sexual que tuve en ese momento. La posición del misionero durante 30 minutos y la sorpresa de un condón roto me colapsaron. En ese momento, no era legal la pastilla de emergencia ni mucho menos abortar en una clínica, solamente en sitios clandestinos. Al principio tomé la decisión de habitar la incertidumbre a que llegara mi próximo periodo menstrual, el cual no llegó. Así que saliendo de una clase de matemáticas en la escuela salí a comprar una prueba de embarazo. El resultado fue positivo.
Mi primera reacción con la noticia fue correr y por los pasillos de la preparatoria 7 mientras atravesaban por mi mente todos los sueños e ilusiones de terminar una carrera universitaria, tener muchos amantes y viajar por el mundo. Sabía que si anunciaba la noticia a mi madre y al padre biológico, me obligarían a tenerlo porque “un hijx siempre es una bendición”. Y sabía que si tenía un hijx inmediatamente se me restringiría el acceso a la educación y como era menor de edad me obligarían a dedicarme al cuidado del cigoto que estaba implantado en mi útero. Otro detalle que me parece importante mencionar fue mi obsesión en ese entonces por bailar danza contemporánea. También me habitaba el miedo a perder las proporciones corporales que tanto me había costado obtener con base en disciplina alimenticia y ejercicio diario.
Sin pensarlo mucho, ese día no entré a mis clases;  una situación excepcional porque era de las nerds del grupo, pero sabía que tenía que resolver sola esta experiencia. Mi intución me llevó a a preguntarle al encargado de una farmacia en el barrio de la Merced  sobre un remedio para que me “bajara la mentruación” y el tendero me dio unas pastillas llamadas Citotec (misoprotol). Me indicó el procedimiento a seguir. Una pastilla vía vaginal y dos tomadas cada 12 horas durante tres días. Me advirtió que sangraría muchísimo que estuviera preparada. Al cabo de tres días de seguir sus consejos comencé a sangrar, quince días ininterrumpidos. Me sentía muy débil acompañado de una sensación de goce que me permitió sentir que el problema estaba resuelto.
Allí no acabó todo, a los dos meses de haber realizado este procedimiento, noté que mi piel tenía un color verduzco. Yo lo adjudicaba a las ocho horas diarias de práctica en la danza, así que no lo tomé como un signo de peligro a mi salud. Hasta que una noche mientras me bañaba solo recuerdo ver luces de colores y un mareo intenso. Desperté en el hospital de ginecología de Médica Sur. Mi abuela paterna, mi madre y mi hermana mayor se encontraban en la habitación mirandome muy sorprendidas por lo que había realizado. El médico tratante con acento norteño me empezó a decir, “despierta guapura, no te nos vayas. Estamos aquí contigo”. Abrí los ojos y noté que tenía pinchados los brazos con suero. Antibióticos. Me diagnosticaron shock tóxico. El médico me dijo: “tenías la matriz como un flan, por poco se te perforan los intestinos y mueres”. Tuvimos que reconstruir tu aparato reproductor. Quedaste como nuevecita!. Además me dijeron que mi clítoris internamente es mucho mas grande que el estándar y el estudio hormonal indicaba un mayor nivel de testosterona, posiblemente una de las causas del embarazo ectópico que tuve. Mi madre me apoyó en la recuperación de este proceso tan traumático, aunque durante varios años tuvimos peleas recurrentes y cuestionamientos sobre mi decisión. El padre biológico no quiso entrar a la habitación del hospital, estaba avergonzado de mi.
Cuando llegué a casa con la noticia de la intersexualidad, de un aborto casero y un amante clandestino, mi padre me dijo “¿porqué me haces esto?”, le contesté: “¡por qué mi cuerpo es mío!”, No sabía que esta es una de las consignas más importantes del pensamiento feminista. Pero para mi en ese entonces era una forma de poder y defensa frente a ese control Patriarcal. Lo único que le pedí fue que me dejara estudiar lo que quisiera y no volviera a hablar del tema. Así fue, y se mantuvo lo sucedido como un secreto a voces, lo noté, cuando ninguna de mis primas se acercaba a hablarme en las reuniones familiares y decidí hacer amistad con varios primos, entre ellos Wachi y Chatower. Ellos sabían seguro el chisme pero decían “Mirna, tú no eres mujer ni hombre, por eso nos caes chido, por cabrona y rara”.


Fuente: Hysteria México