Aborto
X Mirna Roldán
Hace exactamente diez años sucedió un acontecimiento que dio
un giro radical en mi vida. Mi primera vez abortando. Recuerdo que llevaba un
año de vida sexual apenas. Me encantaba jugar con hacer prácticas mis clases de
Educación para la Salud de la preparatoria. Cómo usar condón, comenzar a tomar
la píldora anticonceptiva, los parches, inyecciones y demás drogas para evitar
quedar embarazada.
En ese momento me
empoderaba muchísimo la idea de sentir el orgasmo que tanto me prohibía
experimentar. El padre biológico diciéndome “Está prohibido tener novio, cuando
traigas a alguien a la casa es para casarte”. Como siempre me ha gustado romper
con la norma de ciertas figuras de autoridad, me dediqué a la tarea de buscarme
un novio e invitarlo a un hotel de paso.
Cuando el
acompañante en cuestión y yo entramos por la puerta del hotel ubicado en la
colonia Doctores, comencé a sentir muchas emociones encontradas. Primero muchos
nervios porque no sabía cómo eran esos lugares. Me pareció un negocio destinado
a lxs amantes secretos, impregnado de un olor a perfume de flores penetrante
(desodorante para pisos fuertísimo). El cajero detrás de una cabina de cristal
nos cobró la habitación y me pasó por la ventanilla con superficie de metal un
condón. Si hubiera sabido que ese contenedor de latex se rompería no lo hubiera
usado.
Prefiero no
entrar en detalles sobre la práctica sexual que tuve en ese momento. La
posición del misionero durante 30 minutos y la sorpresa de un condón roto me
colapsaron. En ese momento, no era legal la pastilla de emergencia ni mucho
menos abortar en una clínica, solamente en sitios clandestinos. Al principio
tomé la decisión de habitar la incertidumbre a que llegara mi próximo periodo menstrual,
el cual no llegó. Así que saliendo de una clase de matemáticas en la escuela
salí a comprar una prueba de embarazo. El resultado fue positivo.
Mi primera
reacción con la noticia fue correr y por los pasillos de la preparatoria 7
mientras atravesaban por mi mente todos los sueños e ilusiones de terminar una
carrera universitaria, tener muchos amantes y viajar por el mundo. Sabía que si
anunciaba la noticia a mi madre y al padre biológico, me obligarían a tenerlo
porque “un hijx siempre es una bendición”. Y sabía que si tenía un hijx
inmediatamente se me restringiría el acceso a la educación y como era menor de
edad me obligarían a dedicarme al cuidado del cigoto que estaba implantado en
mi útero. Otro detalle que me parece importante mencionar fue mi obsesión en
ese entonces por bailar danza contemporánea. También me habitaba el miedo a
perder las proporciones corporales que tanto me había costado obtener con base
en disciplina alimenticia y ejercicio diario.
Sin pensarlo
mucho, ese día no entré a mis clases;
una situación excepcional porque era de las nerds del grupo, pero sabía
que tenía que resolver sola esta experiencia. Mi intución me llevó a a
preguntarle al encargado de una farmacia en el barrio de la Merced sobre un remedio para que me “bajara la
mentruación” y el tendero me dio unas pastillas llamadas Citotec (misoprotol).
Me indicó el procedimiento a seguir. Una pastilla vía vaginal y dos tomadas
cada 12 horas durante tres días. Me advirtió que sangraría muchísimo que
estuviera preparada. Al cabo de tres días de seguir sus consejos comencé a
sangrar, quince días ininterrumpidos. Me sentía muy débil acompañado de una
sensación de goce que me permitió sentir que el problema estaba resuelto.
Allí no acabó
todo, a los dos meses de haber realizado este procedimiento, noté que mi piel
tenía un color verduzco. Yo lo adjudicaba a las ocho horas diarias de práctica
en la danza, así que no lo tomé como un signo de peligro a mi salud. Hasta que
una noche mientras me bañaba solo recuerdo ver luces de colores y un mareo
intenso. Desperté en el hospital de ginecología de Médica Sur. Mi abuela
paterna, mi madre y mi hermana mayor se encontraban en la habitación mirandome
muy sorprendidas por lo que había realizado. El médico tratante con acento norteño
me empezó a decir, “despierta guapura, no te nos vayas. Estamos aquí contigo”.
Abrí los ojos y noté que tenía pinchados los brazos con suero. Antibióticos. Me
diagnosticaron shock tóxico. El médico me dijo: “tenías la matriz como un flan,
por poco se te perforan los intestinos y mueres”. Tuvimos que reconstruir tu
aparato reproductor. Quedaste como nuevecita!. Además me dijeron que mi
clítoris internamente es mucho mas grande que el estándar y el estudio hormonal
indicaba un mayor nivel de testosterona, posiblemente una de las causas del
embarazo ectópico que tuve. Mi madre me apoyó en la recuperación de este
proceso tan traumático, aunque durante varios años tuvimos peleas recurrentes y
cuestionamientos sobre mi decisión. El padre biológico no quiso entrar a la
habitación del hospital, estaba avergonzado de mi.
Cuando llegué a
casa con la noticia de la intersexualidad, de un aborto casero y un amante
clandestino, mi padre me dijo “¿porqué me haces esto?”, le contesté: “¡por qué
mi cuerpo es mío!”, No sabía que esta es una de las consignas más importantes
del pensamiento feminista. Pero para mi en ese entonces era una forma de poder
y defensa frente a ese control Patriarcal. Lo único que le pedí fue que me
dejara estudiar lo que quisiera y no volviera a hablar del tema. Así fue, y se
mantuvo lo sucedido como un secreto a voces, lo noté, cuando ninguna de mis
primas se acercaba a hablarme en las reuniones familiares y decidí hacer
amistad con varios primos, entre ellos Wachi y Chatower. Ellos sabían seguro el
chisme pero decían “Mirna, tú no eres mujer ni hombre, por eso nos caes chido,
por cabrona y rara”.
Fuente: Hysteria México
No hay comentarios:
Publicar un comentario