sábado, 28 de noviembre de 2015

LA PROHIBICIÓN DEL ABORTO Y LA MISTIFICACIÓN DE LA MATERNIDAD ES VIOLENCIA CONTRA LAS MUJERES Y LAS NIÑAS

ALEJANDRA, SU MAMÁ Y SU HIJA
El suicidio de una escolar por depresión post parto
Enviado X Paola Melita
Ana Rodríguez 22 Octubre, 2013 Tags: adolescente, depresión, embarazo, Escolar, hijos, parto
Compártelo  Tuitéalo
Después de fiestas patrias, Alejandra Carrasco, estudiante de cuarto medio del Carmela Carvajal, ex dirigenta en las movilizaciones del 2011, no pudo más con la depresión post parto que la aquejaba y se suicidó. Su madre, familiares y amigos denuncian un problema que aqueja a las jóvenes a nivel nacional: el abandono de las madres adolescentes.
  
La tarde del miércoles 25 de septiembre Sonia Malio está comprando verduras de un carro instalado en la puerta de su casa en un pasaje de La Florida. Tiene a su nieta, una tranquila guagua de seis meses, en brazos.

Esa misma mañana, Sonia fue al cementerio a enterrar a su hija Alejandra Carrasco. Alejandra, de 18 años, se suicidó el viernes 20 colgándose de las vigas del patio trasero de su casa. Sufría de una depresión post parto.
Hoy, por el patio, el living y la cocina, circulan sus familiares y amigos.

Sonia me hace pasar a una pieza juvenil que tiene una cuna instalada adentro. Nos sentamos en la cama. “Ella era una niña muy especial”, comienza su relato.

-Era muy sensible, siempre traía a sus amigos para acá y yo se los recibía. Creo que siempre la apoyé. De repente me encuentro con que me cuenta que está pololeando, que se inició en la parte sexual. Entonces yo le digo «cuídate, Ale, hay hartos métodos y a estas alturas todos saben lo que tienen que hacer» -cuenta Sonia.

En noviembre del año pasado, Alejandra le confesó a su mamá que estaba embarazada. Tenía cuatro meses. Terminó las clases ese año en el Liceo Carmela Carvajal -”cuando ya estaba guatona”, recuerda Sonia- y tuvo a su hija el 13 de marzo.

Cuando su nieta nació, Sonia partió al colegio a pedir algún documento que explicara los derechos y deberes de las estudiantes embarazadas o con hijos y se encontró con que no había un protocolo establecido para tratar estos casos.

-Me dijeron que no sabían mucho, que cuando habían tenido embarazadas les daban permisos, se retiraban antes de clases -recuerda.

Entonces partió al ministerio de Educación y se encontró con que la ley existente “no corresponde”, según explica. Las escolares embarazadas no tienen derecho a un pre y a un posnatal.

En el ministerio le explicaban que esto es así porque no son trabajadoras.

-Yo les decía, mi niña tuvo su guagua el 13 de marzo. Y me contestaban, “es que el 14 tiene que estar en clases”; que los criterios dependían de cada colegio. Yo pensaba, cómo va a amamantar, si el Carmela está en Providencia y nosotros vivimos en La Florida.

Sonia consiguió con el ginecólogo de su hija un certificado médico que la enviaba a reposo hasta el 31 de julio. El primer semestre, Alejandra no fue a clases y cuando se reintegró se extraía la leche para dejársela a su hija. Estaba en cuarto medio y quería estudiar derecho en la Universidad de Chile.

Sonia Malio está separada del papá de sus dos hijas. Como jefa de hogar mantiene la casa con su trabajo como técnico en enfermería en el Hospital Sótero del Río, donde trabaja con un sistema de turnos. Son jornadas largas, de doce horas diarias. Los turnos de día son de 6.30 de la mañana a 9 de la noche. Para los turnos de noche sale de su casa a las 19.30 y vuelve cerca de las diez de la mañana del otro día.

Cuenta Sonia que algunos días ella podía ayudar a su hija con el cuidado de la guagua, pero necesitaban una solución para ella poder seguir trabajando y Alejandra estudiando. Partió al Carmela Carvajal a preguntar si había posibilidad de dejar a la niña en la sala cuna que está al lado.

-Decían que no había cupo, que iban a ver, pero nunca hicieron nada -dice.

Cuando Alejandra entró a clases en agosto, Sonia tuvo que pedir vacaciones. Intentó conseguir un cupo en los jardines infantiles de la Junji, pero le pedían ficha de protección social y la inscripción le permitía ingresar recién en marzo del próximo año. “Pero yo necesito ahora una sala cuna, mi hija va al colegio y no tenemos cómo resolver el tema de la niña”, les decía Sonia.

Después consiguió que una vecina cuidara a su nieta durante el día por cien mil pesos. Alejandra pasaba a dejarla antes de irse al colegio y pasaba a buscarla a la vuelta. Mientras, Sonia pedía una beca para su hija por ser de ascendencia mapuche y se la negaban por tener mucho puntaje en la ficha CAS.

-Pero ella lo necesitaba. Tenía buenas notas, tuvo una guagua, era un caso especial. Es todo cuesta arriba. Pero yo le decía a mi hija, no te preocupes, tú preocúpate de estudiar, yo voy a resolver todos los otros temas. Pero llegamos a esto.

AGOTADA

Algunas veces, cuando Sonia volvía de un turno por la noche, se encontraba con que Alejandra estaba llorando en su pieza.

-Yo le preguntaba qué pasaba y me decía “estoy agotada”. Claro, porque si tú no estás preparada psicológicamente para ser mamá es agotador.

Una noche de julio, antes de las vacaciones de invierno, Alejandra llamó a su mamá al hospital. Le dijo que estaba colapsada, que se iba a suicidar.

Sonia no atinó a más que a intentar tranquilizarla, decirle que no era el momento de hablar esas cosas, que tuviera calma. Que lo hablaran al otro día. Esa noche el papá de Alejandra y su pololo llegaron a la casa para acompañarla y llevarse a la guagua.

Al día siguiente, Sonia partió al departamento de salud mental del Sótero del Río, y le contó lo que pasaba a una psicóloga, quien le explicó que -por lo que contaba Sonia- se trataba de una depresión post parto. Sonia llevó entonces a su hija al Barros Luco, donde tienen urgencia de salud mental; ahí un psiquiatra les explicó que Alejandra necesitaba empezar una psicoterapia y tomar medicamentos y le dio una interconsulta, porque la patología corresponde al AUGE. Entonces Sonia la llevó al CRS de La Florida para que le dieran una hora que nunca llegaba.

En la municipalidad de La Florida, Sonia encontró un cartel del Sernam que decía “programa de madres adolescentes”. Llamó y le dijeron que no tenían psiquiatras, sólo psicólogos. Y solamente por teléfono. Después fue al Sernam de La Florida; le dijeron que solamente atendían casos de violencia intrafamiliar.

-Pero como yo trabajo en un hospital y yo quería que mi hija se sanara, busqué alternativas por fuera. Llamé a una psicóloga que conocía hace años y que atendía por Fonasa, y empezó la terapia con ella. También conseguí un psiquiatra a través de Fonasa. Todo eso lo gestioné sola con mis recursos- explica.

Alejandra estuvo julio, agosto y medio septiembre asistiendo a su tratamiento psicológico. La última vez que la vio el psiquiatra fue el 4 de septiembre. Estaba tomando medicamentos que -obviamente, dice Sonia- tenían que financiar ellas. Al mes se gastaban 45 mil pesos y el tratamiento estaba proyectado para durar seis.

-Entonces yo pensaba, pucha, ¿y las cabras que sus padres en realidad no pueden pagar esto?

La noche del 20 de septiembre, Sonia salió de su casa rumbo su turno de noche a eso de las 19.30. La hermana mayor de Alejandra, de visita en Santiago, partió a la plaza Abastos a las celebraciones de fiestas patrias. El pololo de Alejandra se fue a su casa.

-La Ale hacía su vida normal, muchas veces se quedó sola con su bebé en las noches- dice Sonia.

A las diez de la noche, Sonia llamó a la casa para saber cómo estaba. Nadie contestó. Alejandra tampoco contestó la llamada a su celular; Sonia pensó que estaba mudando a la guagua. Volvió a llamarla 45 minutos después y no hubo respuesta.

A las 00:30, el llamado de su ex pareja le anunció la tragedia. Cuando Sonia preguntó si todavía tenía pulso recibió un “no hay nada más que hacer” por respuesta.

CAMBIOS

Alejandra Carrasco murió esperando una hora de atención psiquiátrica en el CRS La Florida que nunca llegó. Una semana después de su muerte, su mamá fue a preguntar al mismo centro asistencial qué había pasado. Ahí supo que a Alejandra nunca le llegaron a asignar una hora.

-Yo digo pucha, por qué pasan estas cosas. Imagínate. Adolescente, estudiando. Yo hice un reclamo a Fonasa por este tema y me contestaron que poco menos que tendrá que seguir esperando. Yo traté de hacerlo lo mejor con ella, tuvo acceso a un tratamiento pero las instituciones de gobierno para mí, que yo viví esta experiencia, en la práctica no sirven de nada- acusa Sonia Malio.

El día del funeral de Alejandra, la orientadora del Liceo Carmela Carvajal se acercó hasta Sonia y le confidenció lo mal que se sentía por no haber resuelto nunca nada como colegio. Sonia respondió que ya no era el momento, que ya todo había pasado. Pero que lo pensara, porque podían presentarse más casos así.

-Hay mucho abandono de las madres adolescentes, y eso que yo siempre apoyé a mi hija incondicionalmente. Imagínate cuando a las cabras los papás las echan de la casa. ¿Cómo hacen esas niñas? Para mí como madre fue muy terrible lo que viví con mi hija, porque sentí que todo lo que dice el Estado de sus políticas no es nada -dice Sonia.

Alejandra Carrasco y Alison Sandoval (18) fueron compañeras de liceo en la época de las movilizaciones estudiantiles más fuertes. Se conocieron en primero medio en un taller de música. Alejandra tocaba bajo y Alison la guitarra. Cuenta Alison que a primera vista Alejandra le inspiraba miedo, pero que al poco tiempo ya eran yuntas. En los recreos se iban al “patio de la virgen” a conversar. A la vuelta del colegio, en la estación Vicente Valdés, Alison miraba cómo Alejandra ensayaba sus bailes coreanos. Cuando repitieron tercero medio producto de las movilizaciones, quedaron juntas “sufriendo” en el electivo matemático. “Nos pasaron muchas estupideces juntas”, ríe Alison.

Los papás de Alison siempre quisieron mucho a Alejandra. El papá de Alison la llamaba en broma “la comunista”, y ella le contestaba “el momio”. Durante las movilizaciones del 2011 a Alison no la dejaron participar tanto de la toma ni las marchas, pero igual iba a visitar a su amiga al liceo y la acompañaba a barrer las piezas.

-Era entretenido, pero el desgaste físico era harto para ellas- recuerda.

Alison, consciente de que su colegio estaba en toma y que estaba perdiendo el año, siente hoy que su vida no cambió tanto como la de Alejandra. Dice que ahí se terminó de formar fuertemente su conciencia social, que aprendió a ser consecuente, se volvió más activa, participó en la toma del Congreso Nacional. Alejandra le hacía “charlas” a Alison sobre temas de historia y política que iba aprendiendo de libros.

-En su casa nunca le impusieron una postura política, le dijeron que ella tenía que formarse la suya. Creo que fue un año de harto aprendizaje que la cambió para bien- dice Alison.

Su amiga estuvo también en los días en que Alejandra se enteró de su embarazo. Recuerda que no lo podían creer. Buscaron maneras naturales de abortar: investigando leyeron que el exceso de vitamina C y el té de borraja podían inducirlo. Nada de eso resultó y en noviembre Alejandra ya estaba dándole la noticia a su mamá.

-Al principio no quería estar embarazada, pero con el tiempo se fue acostumbrando a la idea y asumió. Las cosas lentamente fueron mejorando. Con el pololo estaban bien, él quedó shockeado al principio, pero después le gustó la idea- dice Alison.

Hubo un tiempo, eso sí, en que Alison la vio mal. Alejandra lloró con ella, le dijo que ya no aguantaba, que no le gustaba, que se sentía incómoda, que no era feliz. Al día siguiente Alejandra ya estaba bien y todo siguió en aparente normalidad.

-Volvió a ir al colegio, a su guagua la adoraba. Y de repente… de verdad que nadie se lo esperó. El avance de la Ale había ido tan bien que nadie podía creer que hizo eso. Yo todavía sigo sin creérmelo.

Para Alison, Alejandra era una de las personas más fuertes que ha conocido. Pese a que en los primeros meses la vio complicada, luego supo que estaba saliendo adelante. Alejandra le hablaba de cómo iba a cuidar a su hija cuando fuera grande y Alison está segura de que habría sido una excelente mamá.

-Pero tomó una decisión que cambió toda la historia. Me quedo con el sentimiento de que la Ale ahora está más tranquila, más relajada. Acá no lo estaba. Alcanzó una paz que acá no había logrado.

Alison cuenta que en el liceo nunca tuvieron educación sexual. El aprendizaje se limitó a una pincelada del aparato reproductivo en octavo básico.

-No hay profesores de educación sexual. Tampoco hay apoyo a las embarazadas, no hay salacunas al lado de los colegios. Como la población de Chile está envejeciendo necesitan mujeres jóvenes que tengan hijos. Por eso no hay medidas para evitar el embarazo adolescente- dice.

Con una inmensa calma, aún sentada en la cama de su hija, Sonia Malio revive los últimos recuerdos con su hija: cuando el año pasado hicieron la ruta de la memoria, cuando el 11 de septiembre pasado fueron con coche y todo al cementerio, luego a la Universidad de Chile y después al Museo de la Solidaridad Salvador Allende, donde Alejandra dejó un mensaje escrito en un panel, que hoy está en manos de Sonia. Me muestra un escrito de Alejandra donde cuenta toda esa experiencia.

Sonia cree que la maternidad complicó tremendamente a su niña, una joven muy activa que de pronto se encontró encerrada en su pieza con una guagua y que no pudo con el cambio de vida.

-A mí me interesa contar esta historia porque no quiero que ninguna adolescente más pase por lo que pasó ella. Se dice que las políticas de Estado están, pero en la realidad no existen. Que haya una política educacional que le dé derechos a la madre adolescente, que haya atención mental. Yo no quiero que ninguna niña más sufra.

Fuente: www.theclinic.cl

sábado, 19 de septiembre de 2015

SOMOS CHILENAS VIVIENDO EN PAÍSES QUE RECONOCEN EL ABORTO

Criminalización del aborto en Chile, un legado de la dictadura
Por el derecho a decidir, también en Chile
X Hysteria México 2015
Muchas mujeres chilenas vivimos en países donde se garantizan los derechos sexuales y reproductivos. Mientras nosotras estamos aquí -en Barcelona, España-, formamos parte del 61% de la población mundial que tiene acceso al aborto a petición de la mujer, durante ciertos plazos y por diversas razones sociales, de salud o económicas. Dado que el derecho a decidir está garantizado legalmente, hemos podido conocer a mujeres que por distintos motivos han decido interrumpir sus embarazos.
A diferencia de lo que ocurre en Chile, ellas lo hicieron con la tranquilidad de que su decisión no constituía un delito, no sería sancionada moralmente ni tendría repercusiones para su salud. Las mujeres chilenas que vivimos aquí también hemos experimentado la tranquilidad de abortar legalmente. Aquí, abortar es una opción personal, es un derecho garantizado por el Estado y, por tanto, respetado socialmente.

Somos chilenas, pero tenemos más derechos que nuestras compatriotas porque vivimos en lugares donde las mujeres podemos decidir interrumpir un embarazo legalmente y con garantías sanitarias, sin temor a ser perseguidas, juzgadas ni -mucho menos- ir a la cárcel por ello. En Francia, España y Alemania se puede decidir libremente interrumpir la gestación hasta la semana 14 y en Portugal hasta la semana 10.

En casos de enfermedades graves de la mujer, malformaciones fetales severas, incurables o incompatibles con la vida, no se establecen límites para abortar. Pero esto no es exclusivo de los países europeos. En varios países de Latinoamérica las mujeres pueden interrumpir legalmente un embarazo no deseado: en Uruguay, por ejemplo, hasta la semana 12 o hasta la 14 en casos de violación o sin plazo, en aquellas situaciones de riesgo para la salud de la mujer o inviabilidad fetal. El plazo de 12 semanas es también reconocido en el Distrito Federal de México, mientras que en Cuba es de 10 semanas.
Por eso nos indigna cada de vez que nos enteramos a través de la prensa de casos de niñas chilenas embarazadas (y de hecho, violadas, a menudo por hombres cercanos a su entorno) que son obligadas a continuar con sus embarazos. Cuando en alguna conversación explicamos que Chile es uno de los pocos países del mundo que penaliza el aborto sin ninguna excepción, muchas personas se sorprenden y extrañan.
Para la opinión internacional somos un país que ha logrado importantes avances en materia de igualdad de género. Basta mencionar que somos uno de los pocos países en el mundo que ha tenido una presidenta, reelecta, y además la primera en ejercer como Directora de ONU Mujer. Por eso no pueden creer que Chile, el país que se levantó tras la dictadura, que luchó por los derechos humanos y que prometió no volver a repetir esa historia, sea incapaz de reconocer los derechos humanos de las mujeres, aceptando el legado de la dictadura por más de 20 años. Porque la penalización total del aborto es un legado de la dictadura.
Desde 1931 el aborto terapéutico era legal en Chile. Fue en 1989, en los últimos meses del Gobierno de Pinochet, y siguiendo los dictados de la jerarquía católica, cuando la junta militar modificó la ley y criminalizó sin excepción la interrupción del embarazo. Y terminó la dictadura, dejando los derechos reproductivos de las mujeres chilenas hipotecados, como una de las monedas de cambio.
Todas sabemos que el aborto clandestino es una realidad en Chile. Pero esa clandestinidad no nos afecta a todas por igual. Las que viven en condiciones de pobreza quedan expuestas al riesgo de un procedimiento médico inadecuado y además, en caso de complicaciones, deben acudir a centros de salud públicos que a menudo las denuncian, y son así el primer paso de la persecución penal (Universidad Diego Portales, Informe Anual sobre Derechos Humanos en Chile, 2013). En cambio, las mujeres que vivimos en otros países, o las que cuentan con recursos económicos suficientes, pueden acceder a abortos más seguros en clínicas privadas o viajar al extranjero para interrumpir sus embarazos legalmente. En Chile, la prohibición total del aborto sólo acentúa las desigualdades de clase.
Sin embargo, el temor a la sanción penal y social hace que todas, ricas y pobres, deban permanecer en silencio, o contar sus experiencias sólo en sus círculos cercanos. El temor y el estigma marca sus experiencias, a diferencia de aquellas que podemos interrumpir un embarazo en condiciones de legitimidad política, social y sanitaria. Las mujeres que abortan legalmente muestran una relación de bienestar con ellas mismas y con sus decisiones, son mujeres comprometidas con sus maternidades, son mujeres más tranquilas.
Aspiramos a que las maternidades sean deseadas y disfrutadas. Aspiramos a que ese estigma desaparezca de las mujeres y que, por el contrario, sea el Estado de Chile el que sienta vergüenza de mantener una legislación heredada de la dictadura y que viola los derechos fundamentales de las mujeres. Nosotras, y muchas otras mujeres, estamos comprometidas en conseguirlo, porque aspiramos a que todas las mujeres en Chile tengan los mismos derechos con los que contamos nosotras, en estos momentos.

Verónica Boero Chancy, Carmen Cares Mardones, Beatriz Cantero Riveros, Paola Contreras Hernández, Lucía Egaña Rojas, Lorena Garrido Jiménez, Judith Muñoz Saavedra, Patsilí Toledo Vásquez y Macarena Trujillo Cristoffani (Barcelona, España)

Por el derecho a decidir, también en Chile. Somos chilenas viviendo en países que reconocen los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres y queremos que se garanticen también en Chile.

Facebook: Por el derecho a decidir, también en Chile


Fuente: Hysteria México 2015

INTERSEXUALIDAD, UN ABORTO CASERO, UN AMANTE CLANDESTINO

Aborto
X Mirna Roldán
Hace exactamente diez años sucedió un acontecimiento que dio un giro radical en mi vida. Mi primera vez abortando. Recuerdo que llevaba un año de vida sexual apenas. Me encantaba jugar con hacer prácticas mis clases de Educación para la Salud de la preparatoria. Cómo usar condón, comenzar a tomar la píldora anticonceptiva, los parches, inyecciones y demás drogas para evitar quedar embarazada.

En ese momento me empoderaba muchísimo la idea de sentir el orgasmo que tanto me prohibía experimentar. El padre biológico diciéndome “Está prohibido tener novio, cuando traigas a alguien a la casa es para casarte”. Como siempre me ha gustado romper con la norma de ciertas figuras de autoridad, me dediqué a la tarea de buscarme un novio e invitarlo a un hotel de paso.

Cuando el acompañante en cuestión y yo entramos por la puerta del hotel ubicado en la colonia Doctores, comencé a sentir muchas emociones encontradas. Primero muchos nervios porque no sabía cómo eran esos lugares. Me pareció un negocio destinado a lxs amantes secretos, impregnado de un olor a perfume de flores penetrante (desodorante para pisos fuertísimo). El cajero detrás de una cabina de cristal nos cobró la habitación y me pasó por la ventanilla con superficie de metal un condón. Si hubiera sabido que ese contenedor de latex se rompería no lo hubiera usado.

Prefiero no entrar en detalles sobre la práctica sexual que tuve en ese momento. La posición del misionero durante 30 minutos y la sorpresa de un condón roto me colapsaron. En ese momento, no era legal la pastilla de emergencia ni mucho menos abortar en una clínica, solamente en sitios clandestinos. Al principio tomé la decisión de habitar la incertidumbre a que llegara mi próximo periodo menstrual, el cual no llegó. Así que saliendo de una clase de matemáticas en la escuela salí a comprar una prueba de embarazo. El resultado fue positivo.
Mi primera reacción con la noticia fue correr y por los pasillos de la preparatoria 7 mientras atravesaban por mi mente todos los sueños e ilusiones de terminar una carrera universitaria, tener muchos amantes y viajar por el mundo. Sabía que si anunciaba la noticia a mi madre y al padre biológico, me obligarían a tenerlo porque “un hijx siempre es una bendición”. Y sabía que si tenía un hijx inmediatamente se me restringiría el acceso a la educación y como era menor de edad me obligarían a dedicarme al cuidado del cigoto que estaba implantado en mi útero. Otro detalle que me parece importante mencionar fue mi obsesión en ese entonces por bailar danza contemporánea. También me habitaba el miedo a perder las proporciones corporales que tanto me había costado obtener con base en disciplina alimenticia y ejercicio diario.
Sin pensarlo mucho, ese día no entré a mis clases;  una situación excepcional porque era de las nerds del grupo, pero sabía que tenía que resolver sola esta experiencia. Mi intución me llevó a a preguntarle al encargado de una farmacia en el barrio de la Merced  sobre un remedio para que me “bajara la mentruación” y el tendero me dio unas pastillas llamadas Citotec (misoprotol). Me indicó el procedimiento a seguir. Una pastilla vía vaginal y dos tomadas cada 12 horas durante tres días. Me advirtió que sangraría muchísimo que estuviera preparada. Al cabo de tres días de seguir sus consejos comencé a sangrar, quince días ininterrumpidos. Me sentía muy débil acompañado de una sensación de goce que me permitió sentir que el problema estaba resuelto.
Allí no acabó todo, a los dos meses de haber realizado este procedimiento, noté que mi piel tenía un color verduzco. Yo lo adjudicaba a las ocho horas diarias de práctica en la danza, así que no lo tomé como un signo de peligro a mi salud. Hasta que una noche mientras me bañaba solo recuerdo ver luces de colores y un mareo intenso. Desperté en el hospital de ginecología de Médica Sur. Mi abuela paterna, mi madre y mi hermana mayor se encontraban en la habitación mirandome muy sorprendidas por lo que había realizado. El médico tratante con acento norteño me empezó a decir, “despierta guapura, no te nos vayas. Estamos aquí contigo”. Abrí los ojos y noté que tenía pinchados los brazos con suero. Antibióticos. Me diagnosticaron shock tóxico. El médico me dijo: “tenías la matriz como un flan, por poco se te perforan los intestinos y mueres”. Tuvimos que reconstruir tu aparato reproductor. Quedaste como nuevecita!. Además me dijeron que mi clítoris internamente es mucho mas grande que el estándar y el estudio hormonal indicaba un mayor nivel de testosterona, posiblemente una de las causas del embarazo ectópico que tuve. Mi madre me apoyó en la recuperación de este proceso tan traumático, aunque durante varios años tuvimos peleas recurrentes y cuestionamientos sobre mi decisión. El padre biológico no quiso entrar a la habitación del hospital, estaba avergonzado de mi.
Cuando llegué a casa con la noticia de la intersexualidad, de un aborto casero y un amante clandestino, mi padre me dijo “¿porqué me haces esto?”, le contesté: “¡por qué mi cuerpo es mío!”, No sabía que esta es una de las consignas más importantes del pensamiento feminista. Pero para mi en ese entonces era una forma de poder y defensa frente a ese control Patriarcal. Lo único que le pedí fue que me dejara estudiar lo que quisiera y no volviera a hablar del tema. Así fue, y se mantuvo lo sucedido como un secreto a voces, lo noté, cuando ninguna de mis primas se acercaba a hablarme en las reuniones familiares y decidí hacer amistad con varios primos, entre ellos Wachi y Chatower. Ellos sabían seguro el chisme pero decían “Mirna, tú no eres mujer ni hombre, por eso nos caes chido, por cabrona y rara”.


Fuente: Hysteria México

jueves, 30 de julio de 2015

sábado, 7 de marzo de 2015

"¿POR QUÉ DEPOSITAR ESPERANZAS DE CAMBIO EN EL E$TADO?"



Reflexiones feministas a propósito de la ley de aborto
X Paula Santana
La lucha por el reconocimiento legal del aborto se remonta en Chile a los tiempos de los Centros Belén de Sárraga, del MEMCH, entre otras organizaciones feministas de comienzos del siglo XX, cuando junto al movimiento sufragista, las feministas de posturas socialistas y anarquistas exigían mejores condiciones de vida para las mujeres trabajadoras de comienzos de la era industrial, que soportaban extremas condiciones de explotación y, producto de ello, morían frecuentemente por problemas reproductivos. El aborto era, en la práctica, una forma de evitar el embarazo y espaciar los nacimientos en ausencia de métodos para regular la fertilidad; y la muerte por aborto era la más alta entre las causas maternas[1]. Entonces, la reivindicación de las feministas era el aborto legal, lo que aunado a las razones de salud pública, se materializó en la incorporación del aborto terapéutico en el código sanitario en 1931. Pasaron las décadas durante las cuales el aborto sobrevivió como prestación de salud gracias a la visión salubrista de algunas/os médicas/os y a los vacíos legales, hasta que en 1989 uno de los broches de oro de la dictadura fue derogar el aborto del código sanitario, en abierta colusión con el poder eclesiástico de la iglesia católica. Fue así que, por casi cincuenta años, el movimiento de mujeres y feminista no se volcó a las calles para exigir reconocimiento o flexibilización legal del aborto. 


Es desde comienzos de los 90 que el aborto comienza a ocupar un lugar importante en el trabajo político de distintos sectores del feminismo mediante diversas estrategias, pero yo destacaría tres: la vía legal, que incluyó desde la demanda de reposición del aborto terapéutico, la presentación de proyectos de ley, no solo de aborto sino también uno integral, como la Ley Marco de Derechos Sexuales y Reproductivos (año 2000), y el apoyo a más de 10 proyectos de ley favorables a la regulación legal del aborto; la vía de la sensibilización, información, promoción, con un sinnúmero de acciones dirigidas a la sociedad en general y en particular a las mujeres; la vía de la autoconciencia política de las mujeres, trabajo que viene de la década de los ‘80, traducido en el desarrollo de múltiples espacios de trabajo colectivo, escuelas, talleres, grupos de reflexión, etc., donde las mujeres reconocían las huellas de la opresión en sus cuerpos, pasando por el aborto. Es en estos espacios donde el feminismo hace un trabajo político clave, porque, en él, las mujeres reconocen al aborto como parte de la memoria histórica de las mujeres, como experiencia común de opresión y como núcleo de la minusvalía social del ser mujer.

Surgen también, tímidamente en los ‘90 y con más fuerza en la década del 2000, iniciativas feministas cuyo propósito era apoyar el aborto autónomo, sorteando los riesgos legales y los obstáculos para la atención en los establecimientos de salud. De estas, destaca la línea telefónica de información sobre aborto seguro Línea Aborto Chile[2], cuyo primer impulso lo recibió de la organización feminista Women on Waves (WoW), replicándose en varios de nuestros países: Ecuador, Chile, Argentina, Perú, Venezuela, entre otros. Estas acciones se valen de la masificación del uso del misoprostol, haciendo posible que el aborto se realice en casa, acompañada y protegida, a la vez que permite la socialización del conocimiento técnico fuera de las fronteras médicas, al ser mujeres no formadas en la biomedicina las que aprenden y manejan la información. Al mismo tiempo, muchos grupos de feministas agrupadas por afinidad política y/o afectiva se han organizado para facilitar el acceso de las mujeres al aborto, creando modelos de redes y de atención, basados en principios feministas.
La vía legal impulsada por ciertos sectores del feminismo de muchos países occidentales parece una historia de nunca acabar. En los países donde el aborto despenaliza algunas causas o donde es legal en forma amplia, se presentan otros problemas que confirman la idea de que esta estrategia no es suficiente: Recurrentes debates y confrontaciones con los sectores conservadores; ataques de estos a las mujeres que acuden a los establecimientos donde se realiza aborto legal; negativa de los/as médicos/as a atender bajo el subterfugio de la objeción de conciencia; continuos intentos de generar retrocesos legislativos; perpetuación de una atención castigadora aún en países donde el aborto es legal, entre otros obstáculos que mantienen a las feministas en alerta permanente, defendiendo migajas y conformándose con “pequeños avances”.
Por otro lado, volcarse casi por entero a conseguir un cambio a nivel legislativo en aborto, perpetúa la expropiación de los saberes, prácticas y conocimientos de las mujeres sobre sus cuerpos, a favor de la institucionalidad médica. El genocidio de cientos de miles de mujeres acusadas de brujas en los siglos XVI-XVII y la continua desacreditación de las parteras, comadronas, curanderas, hasta casi borrarlas de la memoria, apuntaron a ello. El aborto, para nuestras ancestras, abuelas, madres, era parte del ciclo de la vida, donde el nacimiento y la muerte son parte del mismo proceso.

Hoy en Chile, en el 2015, siglo XXI, se vuelven a movilizar casi todos los sectores de feministas al son de un proyecto de ley mezquino. Las razones son variadas: hay que aprovechar el “momento político” para que se escuche la voz de las feministas por un aborto sin apellido o con todos los apellidos: libre, gratuito, seguro, legal; que es mejor que nada y que va a terminar con el sufrimiento de algunas mujeres (las que tienen un embarazo de alto riesgo o de embarazo inviable, las que tienen un embarazo producto de una violación). Las razones parecen legítimas. Pero este “pequeño avance” va a suceder sí o sí, estemos las feministas o no, porque un país como Chile, que se presenta ante el mundo como desarrollado y que se esmera por cumplir con los estándares internacionales de la OCDE, TIENE que hacerlo.

El proyecto de ley que hoy se discute -y casi todos los anteriores que se han presentado al parlamento- es violencia institucional hacia las mujeres. No es otra cosa. Este proyecto no tiene nada que ver con los derechos de las mujeres ni siquiera con el derecho a la salud, porque en el fondo lo que se pretende es respaldar y proteger la labor médica y, por otro lado, es profundamente discriminatorio, ya que permite a algunas mujeres y no a todas acceder a una prestación de salud cuya atención debiera ser universal así como los nacimientos. La violencia hacia las mujeres la ejerce el estado y sus instituciones al someterlas a una autoridad externa, descalificándolas para decidir por sí mismas y al victimizarlas, situándolas en el único lugar simbólico en el que se les permite contrariar el rol social asignado de la maternidad. Por supuesto, nada tiene que ver con lo que perseguimos las feministas.

Conviene aquí refrescar la memoria y repensar nuestros motivos como feministas para que el aborto haya sido histórico puntal de nuestras luchas y que lo siga siendo. Conviene también replantearse las estrategias. Podríamos decir que el reconocimiento social del aborto como derecho de las mujeres implica el reconocimiento de nuestra categoría de sujetas plenas, capaces de tomar decisiones autónomas, responsables socialmente y en conciencia. Pero este planteamiento, aunque válido para muchas, acusa una perspectiva universalista, colonizadora y heterosexual que no se sostiene ya a estas alturas. La lucha por el aborto nos ha atrapado en el modelo de sexualidad hegemónico, en palabras de Andrea Franulic “dejar el aborto como bandera de lucha es funcionalizarlo a una sexualidad falocéntrica, a una sexualidad con criterios de reproducción. Y estamos validando eso como sexualidad posible”[3]. El acceso a un aborto legal garantizado por el estado puede, efectivamente, evitar que sean las mujeres con menos recursos las que mueran o enfermen por esta causa, sin embargo, ello no es sinónimo de reconocimiento de las mujeres como sujetas plenas y autónomas (la maternidad impuesta y la explotación del cuerpo y sexualidad de las mujeres se seguirá expresando en otros ámbitos).  Y qué pasa con las mujeres que tienen otras comovisiones? Al menos habría que saber que piensan. No podemos seguir hablando de un aborto universal, como si para todas las mujeres tuviera el mismo sentido y lo viviéramos de la misma manera, independiente de nuestras singulares condiciones de vida, opresión y posibilidades de emancipación.

El feminismo nace y crece como pensamiento y práctica revolucionaria, profundamente transgresora y en permanente cambio. Es un movimiento social, cultural y político de las mujeres sin precedentes, porque se propone subvertir el orden patriarcal, lo que nos obliga a inventarnos en un mundo donde históricamente y simbólicamente hemos sido borradas, a defendernos y proveernos de lo que necesitamos en forma autónoma, a sospechar de todas las estructuras y relaciones que vienen moldeadas… ¿Por qué, entonces, se insiste en depositar esperanzas de cambio (profundo) en instituciones absolutamente patriarcales como el estado? ¿Por qué insistir en la vía legal cuando sobradamente la historia nos ha enseñado que no tiene destino? ¿Por qué agotar las energías en el apoyo a políticas que fragmentan nuestros cuerpos y nuestras vidas?
El estado y su lógica reformista nos empujan a desgastarnos por pequeños trozos de nuestras vidas, enajenados unos de otros. Para nosotras el aborto no es en sí mismo lo importante, sino lo que conlleva: todo nuestro ser. Que es diferente al ser hombre. Para nosotras, el aborto está ligado estrechamente con nuestra sexualidad, con nuestros cuerpos, con nuestro trabajo, en definitiva, con nuestra existencia; no son cosas separadas. Por eso, no tiene sentido luchar por el aborto si no lo hacemos con la misma fuerza contra la socialización de una sexualidad castradora y alienada; de la maternidad obligatoria para las mujeres; contra la imposición del modelo de pareja y de familia heterosexual, monógama, reproductiva; contra formas de explotación de mujeres por mujeres; entre otros mecanismos neurálgicos de dominación masculina. El imaginario romántico del estado paternalista no sirve a las mujeres, pues la emancipación de la mitad de la humanidad requiere más que convenciones apaciguadoras que se fraguan entre los grupos de poder.  
Es hora ya que las feministas nos reencontremos con nuestra historia y con los valores que nos definen. En el plano del poder, no solo cuestionamos los modos de hacer política institucionalizada en los partidos políticos, sindicatos y toda estructura organizativa jerárquica, sino que hemos construido nuevas formas de confabular juntas, esforzándonos por construir relaciones horizontales y no disociadas entre lo personal/íntimo/privado y lo público/político. Es hora que nos reencontremos con la autonomía, núcleo político del feminismo. La fuerza de transformación no está en las estructuras del estado, está en nosotras como movimiento político. La interlocución con las estructuras patriarcales debe sostenerse en un poder construido entre las mujeres. El aborto, como lucha emblemática feminista, no es una reivindicación aislada que se puede cumplir en el sistema social en el que vivimos sino que se inserta en el tipo de sociedad a la que aspiramos.

Paula Santana Nazarit
México, 3 de marzo de 2015.


[1] Maira, G; Santana, P; Molina, S. Violencia sexual y aborto: conexiones necesarias (2008). Red Chilena Contra la Violencia hacia las Mujeres. 
[2] De esta primera iniciativa se derivaron la Línea de Aborto Libre y la Línea Aborto Chile, ambas de colectivas lesbo feministas.
[3] Conversatorio “Aborto libre: Nosotras parimos, nosotras decidimos”. USACH, Santiago 13 de junio 2014.

sábado, 21 de febrero de 2015

40 AÑOS DESPUÉS EL GOBIERNO DE BACHELET TODAVÍA "DEBATE" SOBRE "EL BIEN Y EL PECADO" EN RELACIÓN AL ABORTO...


CHILE: Por el aborto sin CARATA: acerca de tu informe en SEMIAC.

X Marta Zabaleta
Mi carta estuvo en principio dirigida a Tamara Vidaurrázaga, a raíz de que leí un informe de ella con respecto al proyecto presidencial acerca del aborto terapéutico por tres causales, y que ella publicó con SEMIAC en Cuba.


Querida Tamara:
Con respecto al informe que presentaste al SEMIAC sobre el proyecto de aborto terapéutico en Chile, estoy de acuerdo con alguien que mencionas, a saber:

Sin embargo, al menos este proyecto repone lo que existía en Chile antes de que la dictadura prohibiera el aborto en todos los casos. Lo que resulta relevante es que, por fin, se abra de manera pública el debate y al que esperamos las feministas ser convocadas.

Aunque muchas feministas - creo yo- no necesitamos 'ser convocadas'. La brillante Adriana Gómez, por ejemplo, ha hecho explícito el sentir de muchas mujeres con conciencia crítica de género, que abogamos por el aborto sin restricciones.

En Chile, y en muchos otros lugares del mundo, en efecto, muchas mujeres feministas ya hemos expresado nuestro profundo descontento con un proyecto presidencial que más parece emanado de, y ceñirse a… Debo decir que las recientes normativas de las NU sobre el aborto, aunque se trata de un derecho esencial, son estrechas y fueron ideadas por una mujer médica pediatra. Reclamo pues, que se legitime en Chile, normalice y legalice este derecho esencial de las mujeres; necesario en especial para aquellas que no tienen como pagar por abortos, sanitarios y seguros.

Esa fue una de las reivindicaciones que las estudiantes del Frente de Mujeres Revolucionarias del MIR, introdujeron en sus agendas de lucha de la Federación de  Estudiantes  de Concepción en 1972.

Puedes imaginar, por tanto, el profundo desconsuelo y la rabia que me da, ver que más de 40 años después, todavía se debaten en Chile entre el cielo y el infierno, el bien y el pecado...

Por eso pensé en compartirlo con vos y otras compañeras interesadas en el problema, este breve comentario al envío de esta semana del SEMIAC.

Con sincera solidaridad feminista,te abraza
Marta, Coordinadora  Grupo de Trabajo de CEISAL


Al pie de mi enlace, Victoria, encontraras la CORRECTA  respuesta de Tamara a mi carta; también un excelente artículo/comentario que recibí de una ex alumna de Cauquenes, Maule, que es periodista: LEER ESTE ENLACE

También algo que publiqué ayer con respecto a Brasil y el aborto: LEER EL ENLACE


Espero que puedas contribuir positivamente a esta lucha sin tregua que es responsabilidad de todas. Y que algunos chilenos hombres también apoyan.
Abrazos, Marta